Hasta el reinado de Rampsinito, según los sacerdotes, vióse florecer en Egipto la justicia, permaneciendo las leyes en su vigor y viviendo la nación en el seno de la abundancia y prosperidad; pero Quéope, que le sucedió en el trono, echó a perder un estado tan floreciente. Primeramente, cerrando los templos, prohibió a los egipcios sus acostumbrados sacrificios; ordenó después que todos trabajasen por cuenta del público, llevando unos hasta el Nilo la piedra cortada en el monte de Arabia, y encargándose otros de pasarla en sus barcas por el río y de traspasarla al otro monte que llaman de Libia. En esta fatiga ocupaba de continuo hasta 3.000 hombres, a los cuales de tres en tres meses iba relevando, y solo en construir el camino para conducir dicha piedra de sillería, hizo penar y afanar a su pueblo durante diez años enteros; lo que no debe extrañarse, pues este camino, si no me engaño, es obra poco o nada inferior a la pirámide misma que preparaba de cinco estadios de largo, diez orgias de ancho y ocho de alto en su mayor elevación, y construido de piedra, no sólo labrada, sino esculpida además con figuras de varios animales. Y en los diez años de fatiga empleados en la construcción del camino, no se incluye el tiempo invertido en preparar el terreno del collado donde las pirámides debían levantarse, y en fabricar un edificio subterráneo que sirviese para sepulcro real, situado en una isla formada por una acequia que del Nilo se deriva. En cuanto a la pirámide, se gastaron en su construcción 20 años: es una fábrica cuadrada de ocho pletros de largo en cada uno de sus lados, y otros tantos de altura, de piedra labrada y ajustada perfectamente, y construida de piezas tan grandes, qLa pirámide fue edificándose de modo que en ella quedasen unas gradas o poyos que algunos llaman escalas y otros altares. Hecha así desde el principio la parte inferior, iban levantándose y subiendo las piedras, ya labradas, con cierta máquina formada de maderos cortos que, alzándolas desde el suelo, las ponía en el primer orden de gradas, desde el cual con otra máquina que en él tenían prevenida las subían al segundo orden, donde las cargaban sobre otra máquina semejante, prosiguiendo así en subirlas, pues parece que cuantos eran los órdenes de gradas, tantas eran en número las máquinas, o quizá no siendo más que una fácilmente transportable, la irían mudando de grada en grada, cada vez que la descargasen de la piedra; que bueno es dar de todo diversas explicaciones. Así es que la fachada empezó a pulirse por arriba, bajando después consecutivamente, de modo que la parte inferior, que estribaba en el mismo suelo, fue la postrera en recibir la última mano. En la pirámide está notado con letras egipcias cuánto se gastó en rábanos, en cebollas y en ajos para el consumo de peones y oficiales; y me acuerdo muy bien que al leérmelo el intérprete me dijo que la cuenta ascendía a 4.600 talentos de plata. Y si esto es así, ¿a cuánto diremos que subiría el gasto de herramientas para trabajar, y de víveres y vestidos para los obreros, y más teniendo en cuenta, no sólo el tiempo mencionado que gastaron en la fábrica de tales obras, sino también aquel, y a mi entender debió ser muy largo, que emplearían así en cortar la piedra como en abrir la excavación subterránea?
Viéndose ya falto de dinero, llegó Quéope a tal extremo de avaricia y bajeza, que en público lupanar prostituyó a una hija, con orden de exigir en recompensa de su torpe y vil entrega cierta suma que no me expresaron fijamente los sacerdotes. Aun más; cumplió la hija tan bien con lo que su padre tan mal le mandó, que a costa de su honor quiso dejar un monumento de su propia infamia, pidiendo a cada uno de sus amantes que le costeara una piedra para su edificio; y en efecto, decían que con las piedras regaladas se había construido una de las tres pirámides, la que está en el centro delante de la pirámide mayor, y que tiene pletro y medio en cada uno de sus lados.
Muerto Quéope después de un reinado de cincuenta años, según referían, dejó por sucesor de la corona a su hermano Quefren, semejante a él en su conducta y gobierno. Una de las cosas en que pretendió imitar al difunto, fue en querer levantar una pirámide, como en efecto la levantó, pero no tal que llegase en su magnitud a la de su hermano, de lo que yo mismo me cercioré habiéndolas medido entrambas. Carece aquella de edificios subterráneos, ni llega a ella el canal derivado del Nilo que alcanza a la de Quéope, y corriendo por un acueducto allí construido, forma y baña una isla, dentro de la cual dicen que yace este rey. Quefren fabricó la parte inferior de su columna de mármol etiópico vareteado, si bien la dejó cuarenta pies más baja que la pirámide mayor de su hermano, vecina a la cual quiso que la suya se erigiera, hallándose ambas en un mismo cerro, que tendrá unos cien pies de elevación. Quefren reinó cincuenta y seis años.
CXXVIII. Estos dos reinados completan los 106 años en que dicen los egipcios haber vivido en total miseria y opresión, sin que los templos por tanto tiempo cerrados se les abrieran una sola vez. Tanto es el odio que conservan todavía contra los dos reyes, que ni acordarse quieren de su nombre por lo genera; de suerte que llaman a estas fábricas las pirámides del pastor Filitis, quien por aquellos tiempos apacentaba sus rebaños por los campos en que después se edificaron.
A Quefren refieren que sucedió en el trono un hijo de Quéope, por nombre Micerino, quien, desaprobando la conducta de su padre, mandó abrir los templos, y que el pueblo, en extremo trabajado, dejadas las obras públicas, se retirara a cuidar de las de su casa, y tomara descanso y refección en las fiestas y sacrificios. Entre todos los reyes, dicen que Micerino fue el que con mayor equidad sentenció las causas de sus vasallos, elogio por el cual es el monarca más celebrado de cuantos vio el Egipto. Llevó a tal punto la justicia, que no solo juzgaba los pleitos todos con entereza, sino que era tan cumplido, que a la parte que no se diera por satisfecha de su sentencia, solía contentarla con algo de su propia casa y hacienda; mas a pesar de su clemencia y bondad para con sus vasallos, y del estudio tan escrupuloso en cumplir con sus deberes, empezó a sentir los reveses de la fortuna en la temprana muerte de su hija, única prole que tenía. La pena y luto del padre en su doméstica desventura fue sin límites, y queriendo hacer a la princesa difunta honores extraordinarios, hizo fabricar en vez de urna sepulcral, una vaca de madera hueca y muy bien dorada en la cual dio sepultura a su querida hija.
Está vaca, que no fue sepultada en la tierra, se dejaba ver aun en mis días patente en la ciudad de Sais, colocada en el palacio en un aposento muy adornado. Ante ella se quema todos los días y se ofrece todo género de perfumes, y todas las noches se le enciende su lámpara perenne. En otro aposento vecino están unas figuras que representan a las concubinas de Micerino, según decían los sacerdotes de la ciudad de Sais; no cabe duda que se ven en él ciertas estatuas colosales de madera, de cuerpo desnudo, que serán veinte a lo más; no diré quiénes sean, sino la tradición que corre acerca de ellas.ue ninguna baja de 30 pies.
Viéndose ya falto de dinero, llegó Quéope a tal extremo de avaricia y bajeza, que en público lupanar prostituyó a una hija, con orden de exigir en recompensa de su torpe y vil entrega cierta suma que no me expresaron fijamente los sacerdotes. Aun más; cumplió la hija tan bien con lo que su padre tan mal le mandó, que a costa de su honor quiso dejar un monumento de su propia infamia, pidiendo a cada uno de sus amantes que le costeara una piedra para su edificio; y en efecto, decían que con las piedras regaladas se había construido una de las tres pirámides, la que está en el centro delante de la pirámide mayor, y que tiene pletro y medio en cada uno de sus lados.
Muerto Quéope después de un reinado de cincuenta años, según referían, dejó por sucesor de la corona a su hermano Quefren, semejante a él en su conducta y gobierno. Una de las cosas en que pretendió imitar al difunto, fue en querer levantar una pirámide, como en efecto la levantó, pero no tal que llegase en su magnitud a la de su hermano, de lo que yo mismo me cercioré habiéndolas medido entrambas. Carece aquella de edificios subterráneos, ni llega a ella el canal derivado del Nilo que alcanza a la de Quéope, y corriendo por un acueducto allí construido, forma y baña una isla, dentro de la cual dicen que yace este rey. Quefren fabricó la parte inferior de su columna de mármol etiópico vareteado, si bien la dejó cuarenta pies más baja que la pirámide mayor de su hermano, vecina a la cual quiso que la suya se erigiera, hallándose ambas en un mismo cerro, que tendrá unos cien pies de elevación. Quefren reinó cincuenta y seis años.
CXXVIII. Estos dos reinados completan los 106 años en que dicen los egipcios haber vivido en total miseria y opresión, sin que los templos por tanto tiempo cerrados se les abrieran una sola vez. Tanto es el odio que conservan todavía contra los dos reyes, que ni acordarse quieren de su nombre por lo genera; de suerte que llaman a estas fábricas las pirámides del pastor Filitis, quien por aquellos tiempos apacentaba sus rebaños por los campos en que después se edificaron.
A Quefren refieren que sucedió en el trono un hijo de Quéope, por nombre Micerino, quien, desaprobando la conducta de su padre, mandó abrir los templos, y que el pueblo, en extremo trabajado, dejadas las obras públicas, se retirara a cuidar de las de su casa, y tomara descanso y refección en las fiestas y sacrificios. Entre todos los reyes, dicen que Micerino fue el que con mayor equidad sentenció las causas de sus vasallos, elogio por el cual es el monarca más celebrado de cuantos vio el Egipto. Llevó a tal punto la justicia, que no solo juzgaba los pleitos todos con entereza, sino que era tan cumplido, que a la parte que no se diera por satisfecha de su sentencia, solía contentarla con algo de su propia casa y hacienda; mas a pesar de su clemencia y bondad para con sus vasallos, y del estudio tan escrupuloso en cumplir con sus deberes, empezó a sentir los reveses de la fortuna en la temprana muerte de su hija, única prole que tenía. La pena y luto del padre en su doméstica desventura fue sin límites, y queriendo hacer a la princesa difunta honores extraordinarios, hizo fabricar en vez de urna sepulcral, una vaca de madera hueca y muy bien dorada en la cual dio sepultura a su querida hija.
Está vaca, que no fue sepultada en la tierra, se dejaba ver aun en mis días patente en la ciudad de Sais, colocada en el palacio en un aposento muy adornado. Ante ella se quema todos los días y se ofrece todo género de perfumes, y todas las noches se le enciende su lámpara perenne. En otro aposento vecino están unas figuras que representan a las concubinas de Micerino, según decían los sacerdotes de la ciudad de Sais; no cabe duda que se ven en él ciertas estatuas colosales de madera, de cuerpo desnudo, que serán veinte a lo más; no diré quiénes sean, sino la tradición que corre acerca de ellas.ue ninguna baja de 30 pies.
Heródoto ( en Euterpe)